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Historias locas de repartidores de pizza
1. Una oferta tentadora
Llegué al domicilio y entré al edificio. Un hombre me esperaba junto al ascensor y me ofreció comprarme la pizza por 100 dólares, ¡sin siquiera preguntar qué tipo de pizza era! Me negué a la oferta. Entonces, sacó 200 dólares de su bolsillo. La tentación era grande, pero le expliqué que me podían despedir por algo así, así que no podía aceptarlo. Subí al piso indicado, llamé a la puerta y me atendió otra persona. Le entregué la pizza y me pagó con 100 dólares. La pizza costaba 35 dólares, fueron las propinas más grandes que he recibido en mi vida como repartidor de pizzas, y la mayor mordida que he rechazado.
2. Un método de pago peculiar
En otra ocasión, un hombre en calzoncillos me abrió la puerta. Lo más sorprendente fue que sacó su billetera de detrás de su espalda para pagarme. La única explicación lógica es que la tenía pegada a la espalda, justo debajo del cuello.
3. Un encuentro peligroso
Una vez me tocó entregar una pizza en un barrio bastante peligroso. Me atendieron tres hombres mexicanos y pude ver en la mesa de la habitación fajos de billetes, varias pistolas y bolsas con algún tipo de polvo. Realmente temí por mi vida, pero me dieron 20 dólares de propina y me pidieron que no le contara a nadie lo que había visto.
4. Un reptil inesperado
Un joven me abrió la puerta con una pitón real de dos metros sobre sus hombros. Le entregué la pizza, tomé el dinero y me disponía a irme cuando escuché detrás de la puerta: "No lo puedo creer, ni siquiera se inmutó", con un tono de voz decepcionado.
5. Un destino inusual
La dirección de entrega indicaba la azotea de un edificio. No me imaginaba cómo iba a llegar allí, pero al pie de la escalera que conducía al ático, me encontré con un chico en traje de baño. Resultó que estaba tomando el sol en la azotea con su novia.
6. Una espera interminable
En una entrega, nadie me abría la puerta. Después de varios minutos, escuché que alguien gritaba desde adentro que estaba en el baño y me pedía que esperara. Tuve que esperar 18 minutos parado frente a la puerta.
7. Dos James y una confusión
Trabajo para dos aplicaciones de delivery y a veces coinciden pedidos de pizza. Un día recibí un pedido en cada app, con el mismo restaurante, la misma dirección y hasta el mismo nombre de cliente: James. Llegué al lugar y me encontré con dos hombres. Me preguntaron de qué app era el pedido, y les dije que traía dos. Se miraron y se rieron. ¡Esperaban que llegaran dos repartidores diferentes y habían hecho una apuesta para ver quién llegaba primero! Entonces pregunté: "¿Quién es James?" ¡Ambos se llamaban James!
8. Una entrega accidentada en la cárcel
Un día me tocó entregar un pedido en la cárcel del condado. En el pasillo, vi a un hombre corriendo hacia mí, perseguido por un policía. El tipo me chocó y me tiró al suelo, pero el policía lo atrapó. Terminé cubierto de salsa de pizza. Los guardias recogieron el pedido y, como compensación por el susto, cada uno me dio una propina de 20 dólares. Llamé a mi jefe y, como agradecimiento, le pedí que enviara tres pizzas para los policías. ¡Ese día gané 400 dólares! Los empleados de la cárcel solían pedirnos comida y siempre dejaban buenas propinas.
9. Un cliente indispuesto
Una vez llevé un pedido a un hotel. El hombre no podía pagar durante 10 minutos porque se encontraba en un estado como si fuera a desmayarse. Luego se disculpó profusamente, diciendo que sufría un ataque de una enfermedad que no era peligrosa, pero que lo afectaba de esa manera.
10. La perrita fugitiva y las propinas
Una vez entregué una pizza a una joven. Al abrir la puerta, su perrita se escapó por la abertura. Le di la pizza y salí corriendo a buscarla. La atrapé y la devolví a su dueña. Un poco decepcionado porque no me dieron propina, me llamó el gerente por la noche. Era la madre de la chica, disculpándose por no haberme dado propina. La historia de la perrita la había trastornado y se olvidó. Durante dos años más trabajé en esa pizzería y cada sábado, esa madre e hija pedían una pizza grande, y siempre me pedían que la llevara yo. Cada vez me dejaban una propina de al menos 25 dólares, y me agradecían una y otra vez por haber encontrado a su perrita.